De pareja a familia: una guía emocional
Pasar de ser pareja a ser familia supone un gran cambio en el ciclo vital de las personas. La llegada de un nuevo ser viene acompañada de un cambio de prioridades, de valores, de hábitos, de responsabilidades e incluso de una nueva forma de mirar el mundo.
Es una experiencia transformadora que nos pone ante una gran responsabilidad y un gran desafío: la crianza y el acompañamiento de nuestro hijo en el mundo. Porque criar a un hijo no es algo que podamos aprender en los libros o en las escuelas, es algo que se aprende mientras se vive, en el día a día. Se dice popularmente que ‘deberían venir con el libro de instrucciones bajo el brazo’, afortunadamente para ellos y nosotros, no es así pues nos perderíamos una experiencia llena de emociones y matices.
Tener a un hijo supone experimentar el amor y la entrega incondicional. Verle crecer, sonreír, aprender a hablar y a caminar por la vida, responder a nuestros estímulos, a nuestro amor, madurar… El lenguaje y las palabras no son suficientes para describir sentimientos tan profundos que nos tocan el alma.
Pero si nos quedáramos sólo con esto, nos quedaríamos en el ideal. Hemos de tener en cuenta que hay muchas maneras de llegar a ser madre o padre: muchos niños nacen de una relación estable entre dos personas, otros son fruto de una relación pasajera, algunos han sido esperados durante mucho tiempo, otros adoptados, otros a través de técnicas de reproducción asistida, otros llegan sin haberlo planeado…
La maternidad y paternidad también se caracteriza por la ambivalencia emocional, nos va a traer toda la gama de emociones al completo: alegría y temores, euforia y rabia, admiración y frustración, seguridad e impotencia… Es una experiencia que cuestiona, desafía, interroga y transforma a quien decide vivirla.
Transformarse en padres implica que a cierto nivel, dejamos de ser hijos. Constituye un nuevo posicionamiento ante la vida.
La llegada del primer hijo
La llegada del primer hijo al hogar crea una constelación totalmente nueva: el ser que acaba de nacer necesita que la pareja le haga un sitio y a la vez hay que encontrar un nuevo lugar para los padres que también acaban de nacer. Se producen movilizaciones en los vínculos, tanto a nivel individual de cada miembro de la pareja como en la organización del entorno.
Durante el primer año todo se reorganiza: los horarios, la rutina, el sueño, los niveles de energía, las emociones, la alimentación, el espacio vital, la vida profesional… Y durante el segundo año todo este movimiento interno y externo se va asentando.
Al principio, los adultos están constantemente ocupados en el cuidado de su hijo y postergan los espacios de tiempo para estar juntos como pareja. En el caso de la madre, la situación es más intensa pues se ve inmersa en una simbiosis emocional con su hijo que le requiere un espacio vital y energético muy grande, ello implica que va a tener mucha menos disponibilidad para su pareja. Algunas parejas, ante este hecho, se sienten desplazadas, excluidas e incluso abandonadas sin saber que su lugar está en algo tan sencillo como proporcionar seguridad y contención a la díada mamá-bebé.
Por eso es importante gozar de buenas dosis de información, comunicación y paciencia durante esta etapa: tener un claro conocimiento de que dura aproximadamente dos años, buscar espacios de comunicación, cuando el bebé descansa, donde expresar qué me pasa y qué necesito, rodearse de otros padres y madres en la misma situación para compartir experiencias, confiar en la intuición para la crianza más que los consejos externos, proporcionarse muestras de cariño no verbales y lo más importante generar espacios, por pequeños que sean, para estar a solas.
Con la llegada del primer hijo la identidad empieza a cambiar de hombre a padre, de mujer a madre de pareja a familia, y lo hace lentamente, paso a paso, día a día, crece en la medida que crece nuestro hijo.
A través de este proceso la nueva pareja de padres va construyendo una forma propia tomando y descartando diferentes aspectos de lo que cada uno tiene incorporado de su familia de origen. Este cruce de modelos, según la óptica desde la cual se mire, puede provocar tensiones, por ello es importante hacer una mirada amplia y ver lo enriquecedor que es lo que cada modelo aporta a la familia. Al final serán nuestros hijos quienes se queden con uno u otro, o con ambos a la vez interrelacionados.
La familia es un lugar mágico y a veces no le damos la importancia que le corresponde, es el lugar donde somos acogidos desde el primer momento, el espacio donde se configura nuestra personalidad, nuestro puente hacia el mundo y el lugar al que siempre volver cuando nos cansamos de él.
Merece la pena hacer todo lo que esté en nuestra mano para cuidarla y mantenerla. No solo por nuestros hijos sino también por las próximas generaciones.